Por qué le doy miedo a esa chica que anda sola por la calle
Muchas chicas tienen miedo cuando se cruzan con un hombre en una calle solitaria. Y tienen miedo porque saben que una de cada 20 mujeres españolas ha sufrido abusos alguna vez en su vida
18.11.2016 – 05:00 H.
Os voy a contar una cosa que me pasa con mucha frecuencia. Voy por la calle de noche, yo solo, y a lo lejos veo una chica que también camina sola. Vamos por la calle vacía los dos, cada uno con sus cosas en la cabeza, no se ve ni un alma, solo el asfalto largo de la avenida alumbrado por las farolas amarillas, y son todo bares cerrados, persianas, ventanas apagadas en los bloques de viviendas. Resulta que yo suelo caminar muy rápido. Siempre que no estoy dando un paseo ocioso y voluntario, pienso que ojalá hubieran inventado el teletransporte. Clap, clap, clap.
A ese ritmo, con mi prisa por llegar a casa de una santa vez, la chica oye mis pasos. Estoy suficientemente cerca —pero lejos aún— para el clap, clap, clap que hace eco en las paredes de ladrillo, y ella se vuelve un momento sin dejar de caminar, y de pronto vista al frente. A mí no me ha dado tiempo a verle la cara —estamos demasiado lejos para eso— y ella no ha podido verme la cara a mí. Se ha vuelto el tiempo justo, creo, para advertir que soy un hombre.
A partir de este momento, noto que la chica tiene miedo. No sé bien cómo lo noto: igual es que acelera el paso, o que empieza a caminar de otra manera, o que en esa fracción de segundo me ha confundido con alguien con aspecto amenazante —juro que soy un piltrafa—, pero lo noto: me teme. O quizá ni siquiera lo noto. Quizá simplemente lo sé. Y esto me hace sentir incómodo. Muy, muy, muy incómodo.
El miedo de esta chica no es miedo a mí, sino a cualquier hombre. Piensa que la estoy persiguiendo, pero no se me ocurre una forma de sacarla del error
¿Qué hacer? Sé que el miedo de esta chica no es miedo a mí, sino a nosotros, a cualquier hombre. Y sé que piensa que la estoy persiguiendo, pero no se me ocurre una forma de sacarla del error. Sé que en su cabeza chilla una alarma y me pregunto cuántas veces le ocurrirá algo parecido. Una adolescente publicaba ayer en Twitter una foto de una calle vacía, luz amarilla de farolas, y la pregunta: ¿a que vosotras me entendéis?
Pues yo también te entiendo. Te entiendo desde ahí atrás, y no sé cómo demonios demostrarte que yo no soy de esos.
Cuando me siento como una amenaza ambulante, me puede la impotencia. A esta chica que prácticamente corre delante me gustaría decirle con el tono de voz más desenfadado: ¡Eh, tranquila, que solo voy a mi casa!, pero me da miedo que no me entienda bien y oiga: ¡Eh, putilla, que te voy a llevar a mi casa! o algo por el estilo. Para una chica asustada, solo oír el ¡eh! de una voz de hombre puede ser taquicárdico.
Empiezo a aflojar el paso. Si ella sigue a ese ritmo, pronto la habré perdido de vista. Pero no, ¡no hay manera, sigue ahí! Vaya coreografía, cómo se para esto. Durante unos metros más espero, a ver si gira por cualquier bocacalle, pero no lo hace: sigue recto por la avenida larga, por el mismo camino que tengo que recorrer yo para llegar a mi casa. ¡En buena hora!
Saco el móvil y finjo mirarlo como si tuviera algo muy urgente entre manos. Ya veis qué tontería, pero tengo comprobado que eso resulta tranquilizador
Os diré lo que hago finalmente: acelero el paso, cruzo a la acera de enfrente y sigo caminando a toda prisa. Cuando paso a su altura, saco el móvil del bolsillo y finjo que lo voy mirando como si tuviera algo muy urgente entre manos. Ya veis qué tontería, pero tengo comprobado que eso resulta tranquilizador. Y ya, cuando la he dejado atrás, no sé cómo, noto que se tranquiliza. ¡Lo juro! Será que la oigo caminar de otra manera, como aliviada. Y vuelvo a tener ganas de decirle algo, y girarme con mi expresión más simpática:
—¿Ves? ¡Si no pasa nada!
Pero si dijera eso, mentiría. Claro que pasa. Pasa que muchas chicas tienen miedo cuando se cruzan con un hombre en una calle solitaria. Y pasa que tienen miedo porque saben que una de cada 20 mujeres españolas ha sufrido abusos alguna vez en su vida. De esto no suelen hablar cuando hay hombres en la sala, pero entre ellas vaya si se comenta. Así que sí pasa. Pasa que hay mucho garrulo y mucho subnormal y mucho bestia suelto. Y otro día la chica, además de oír pasos, oye que le silban. Como para no andar precavida.
Y sé que muchos hombres no os dais cuenta de este miedo que provocamos a las chicas por la calle. Uno va con la conciencia tranquila, no faltaba más. Uno, en los tiempos del ligue, no podía quitarse de encima la timidez, jamás encontraba el atrevimiento. Pero hay que ponerse en la piel de esa chica que va triscando por la calle como si huyera del demonio.
Siento haberte asustado.
Muchas chicas tienen miedo cuando se cruzan con un hombre en una calle solitaria. Y tienen miedo porque saben que una de cada 20 mujeres españolas ha sufrido abusos alguna vez en su vida
18.11.2016 – 05:00 H.
Os voy a contar una cosa que me pasa con mucha frecuencia. Voy por la calle de noche, yo solo, y a lo lejos veo una chica que también camina sola. Vamos por la calle vacía los dos, cada uno con sus cosas en la cabeza, no se ve ni un alma, solo el asfalto largo de la avenida alumbrado por las farolas amarillas, y son todo bares cerrados, persianas, ventanas apagadas en los bloques de viviendas. Resulta que yo suelo caminar muy rápido. Siempre que no estoy dando un paseo ocioso y voluntario, pienso que ojalá hubieran inventado el teletransporte. Clap, clap, clap.
A ese ritmo, con mi prisa por llegar a casa de una santa vez, la chica oye mis pasos. Estoy suficientemente cerca —pero lejos aún— para el clap, clap, clap que hace eco en las paredes de ladrillo, y ella se vuelve un momento sin dejar de caminar, y de pronto vista al frente. A mí no me ha dado tiempo a verle la cara —estamos demasiado lejos para eso— y ella no ha podido verme la cara a mí. Se ha vuelto el tiempo justo, creo, para advertir que soy un hombre.
A partir de este momento, noto que la chica tiene miedo. No sé bien cómo lo noto: igual es que acelera el paso, o que empieza a caminar de otra manera, o que en esa fracción de segundo me ha confundido con alguien con aspecto amenazante —juro que soy un piltrafa—, pero lo noto: me teme. O quizá ni siquiera lo noto. Quizá simplemente lo sé. Y esto me hace sentir incómodo. Muy, muy, muy incómodo.
El miedo de esta chica no es miedo a mí, sino a cualquier hombre. Piensa que la estoy persiguiendo, pero no se me ocurre una forma de sacarla del error
¿Qué hacer? Sé que el miedo de esta chica no es miedo a mí, sino a nosotros, a cualquier hombre. Y sé que piensa que la estoy persiguiendo, pero no se me ocurre una forma de sacarla del error. Sé que en su cabeza chilla una alarma y me pregunto cuántas veces le ocurrirá algo parecido. Una adolescente publicaba ayer en Twitter una foto de una calle vacía, luz amarilla de farolas, y la pregunta: ¿a que vosotras me entendéis?
Pues yo también te entiendo. Te entiendo desde ahí atrás, y no sé cómo demonios demostrarte que yo no soy de esos.
Cuando me siento como una amenaza ambulante, me puede la impotencia. A esta chica que prácticamente corre delante me gustaría decirle con el tono de voz más desenfadado: ¡Eh, tranquila, que solo voy a mi casa!, pero me da miedo que no me entienda bien y oiga: ¡Eh, putilla, que te voy a llevar a mi casa! o algo por el estilo. Para una chica asustada, solo oír el ¡eh! de una voz de hombre puede ser taquicárdico.
Empiezo a aflojar el paso. Si ella sigue a ese ritmo, pronto la habré perdido de vista. Pero no, ¡no hay manera, sigue ahí! Vaya coreografía, cómo se para esto. Durante unos metros más espero, a ver si gira por cualquier bocacalle, pero no lo hace: sigue recto por la avenida larga, por el mismo camino que tengo que recorrer yo para llegar a mi casa. ¡En buena hora!
Saco el móvil y finjo mirarlo como si tuviera algo muy urgente entre manos. Ya veis qué tontería, pero tengo comprobado que eso resulta tranquilizador
Os diré lo que hago finalmente: acelero el paso, cruzo a la acera de enfrente y sigo caminando a toda prisa. Cuando paso a su altura, saco el móvil del bolsillo y finjo que lo voy mirando como si tuviera algo muy urgente entre manos. Ya veis qué tontería, pero tengo comprobado que eso resulta tranquilizador. Y ya, cuando la he dejado atrás, no sé cómo, noto que se tranquiliza. ¡Lo juro! Será que la oigo caminar de otra manera, como aliviada. Y vuelvo a tener ganas de decirle algo, y girarme con mi expresión más simpática:
—¿Ves? ¡Si no pasa nada!
Pero si dijera eso, mentiría. Claro que pasa. Pasa que muchas chicas tienen miedo cuando se cruzan con un hombre en una calle solitaria. Y pasa que tienen miedo porque saben que una de cada 20 mujeres españolas ha sufrido abusos alguna vez en su vida. De esto no suelen hablar cuando hay hombres en la sala, pero entre ellas vaya si se comenta. Así que sí pasa. Pasa que hay mucho garrulo y mucho subnormal y mucho bestia suelto. Y otro día la chica, además de oír pasos, oye que le silban. Como para no andar precavida.
Y sé que muchos hombres no os dais cuenta de este miedo que provocamos a las chicas por la calle. Uno va con la conciencia tranquila, no faltaba más. Uno, en los tiempos del ligue, no podía quitarse de encima la timidez, jamás encontraba el atrevimiento. Pero hay que ponerse en la piel de esa chica que va triscando por la calle como si huyera del demonio.
Siento haberte asustado.
la noticia me parece sincera pero lo que hace la mujer es tener precaución pero las cosas son como son algunso son los que quieren clap, clap, clap. Pero otros no y no se pueden diferenciar pero algun momento todo esto parara y en ese momento todas podran ser como son y vivir la vida.
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